GRAVEDAD Y SUPERVIVENCIA
Sobre la falta de relevo generacional en la arquitectura catalana
texto de
Jorge GARCÍA DE LA CÁMARA
solo que los vientos inesperadamente soplan de cualquier parte, y la misma facilidad con que instalamos nuestra sábana de proyectos e ilusiones, sirve para inflarla, barrerla, y no dejar de nosotros rastro.
La máxima del mercado por producir insaciablemente lo idéntico lleva al extremo el dramatismo de la supervivencia de los trabajos creativos. También la arquitectura, herramienta cualificada del principal sector económico del país. Moralista y arrogante en las formas, servil en el fondo, se encuentra en tiempos de fricción y cambio que alteran sus paradigmas de conocimiento sin detener su imparable maquinaria. Tiempos en los que los más débiles, los recién llegados, e incluso los de inquebrantable fuerza al desaliento, luchan despiadadamente por un lugar, un tiempo y una seguridad a que aferrarse.
El implacable peso del mercado recuerda a cada sacudida de su avance, lo relativo del valor del trabajo bien hecho, del esfuerzo y dedicación, del cuidado al detalle, del sacrificio y la autoría. Su fuerza se aferra al nihilismo como forma más actual de la cobardía humana: aquel que, en palabras de John Berger, se descubre sin pudor como la negativa a creer en ninguna escala de prioridades más allá de la búsqueda del lucro, último fin de la actividad social.
En este marco de redefinición profesional, Barcelona, sus instituciones y universidades, la Administración y la misma profesión, parecen no querer despertarse en una realidad ya muy lejana a los tiempos en los que todo estaba por hacer y celebrar. Tiempos de euforia a los que cuesta renunciar y de los que muchos tratan empecinadamente de vivir de rentas. Euforia perpetua y acrítica, dirigida por los constructores de la Barcelona progresista más simbólica, insistente en los recursos del efectismo como garantes de continuidad.
Sin embargo, las condiciones han cambiado. En un momento de revisión de la profesión, se hace urgente la autocrítica a la endogámica situación local, a la que desde muchos foros se le empieza ya a ver el plumero. Observamos cómo la figura del arquitecto en la que nos hicieron creer, la que nos despertó la fiebre de una profesión vocacional, se devalúa, se aleja de la sociedad y se mantiene ensimismada en discursos superados y certificados hace ya décadas.
Varios son los hechos que nos hacen cuestionar la salud del debate arquitectónico en Barcelona. Una superioridad moral, dogmática en muchos casos, castradora de nuevos pensamientos y variables desde las que entrar en la profesión, parece pasearse impunemente por los pasillos de la mitificada Escuela de Barcelona y por las páginas de las revistas arquitectónicas de interés local.
Huérfanos de mitos y sin muestras de generosidad hacia sus hijos, cual capitanes de Titánic, muchos se aferran en no abandonar la nave, condenando las nuevas energías a una deriva e indefinición de la que tardaremos en recuperarnos.
Mientras, los programas docentes de la Escuela de Barcelona se recocinan en interminables variaciones sobre un mismo tema. Copados por unos pocos al borde de la jubilación, sin rumbo alguno y sin sucesión posible -¿dónde están los profesionales entre 30 y 40 años del mundo docente arquitectónico?-, los abanderados del dogma se atrincheran en el miedo a la pérdida de la cuota de poder. Revisemos instituciones, consejos editoriales y cuotas de representación.
Sacudiéndonos servilismos derivados de esta situación, nos cuestionamos si el modelo debiera ser otro. Un modelo tal que desde la generosidad y la curiosidad, diera cabida al cuestionamiento. Que incluso entendiera la inexperiencia y sus errores como activadores de avance en el conocimiento. Un modelo alejado de las retóricas presentes en los eventos, muestras y publicaciones arquitectónicas, recurrentes en la demasiadas ocasiones a lo festivo y excepcional. En definitiva, un modelo desapegado de certezas acomodaticias, sin lastres de miedos, y abierto a actitudes activas, que aún pudiendo ser fallidas, permitan entender y gestionar la realidad en la que debemos hacer y pensar arquitectura.
La agenda arquitectónica nos revela la urgencia en la profesión de pasar de la complacencia a la proposición. No sólo en los estancos departamentos de las escuelas de arquitectura, ni en los mantras discursivos de artículos y editoriales colegiales -en tanto que conductores ambos de líneas de pensamiento-. Sino también en las mesas de trabajo, las de proyectos y las de reunión. Este cuestionamiento ha de poner en crisis los marcos normativos pactados para los concursos y proyectos, marcos que construyen hoy nuestras ciudades y entornos en sobreabundancia de lugares comunes.
Son tiempos en los que sacar de debajo de nuestras mesas todos estos temas, y ponerlos sobre la Mesa Común de la Profesión. Tiempos de debate y discusión que definan un modelo profesional válido, realista, antiretórico y, sobre todo, urgente. Estamos convocados a ello en nuestra doble condición de damnificados y cómplices.
Abrir los ojos supone despertar del sueño. Los nuevos arquitectos somos conscientes de las dificultades que tenemos por delante y de las renuncias a que nos veremos obligados. Pero con firmeza nos negamos a aceptar la ratificación de la inmovilidad.
Nos recuerda Sloterdijk que vivir en la época moderna significa pagar precio por la falta de cascarones. Aprenderemos a vivir sin ellos, haciendo de las esperanzas frustradas que nos asolen ocasiones para nuevos intentos.
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Jose Llano
Arquitecto, Diseñador de Delitos & Coreografo del Deseo
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