TURISMO como CULTURA MATERIAL
el PAIS.COM
HORACIO FERNÁNDEZ
25/08/2007
Dice el diccionario que el lujo es excederse en el adorno, la pompa y el regalo. También parece que tiene que ver con lo suntuoso y lo refinado. No obstante, quizás se pueda hablar de lujos menos pomposos. Por ejemplo, en un verso famoso de un poema no menos célebre de Charles Baudelaire, el lujo se une a la calma y la voluptuosidad, es decir, a dejarse llevar por el placer de los sentidos tranquilamente, sin excesos.
El verso se encuentra en un poema titulado Invitación al viaje, que se sugiere en tres excursiones carentes de todo boato que tienen en común ser luminosas y húmedas al mismo tiempo. La primera conduce a una mujer-paisaje y, en particular, a sus ojos; la segunda, a un interior, a una habitación de muebles relucientes, y la tercera, a una ciudad portuaria, seguramente holandesa, que, por lo que parece, no es exactamente una ciudad, sino su representación en un cuadro pintado por Vermeer. Para escapar del aburrimiento, que es lo que propone el poeta, lo mejor es quedarse en casa bien acompañado y tener ocasión de admirar un buen cuadro con cielos nublados, navíos dormidos y luces cálidas. El resultado no se hará esperar: "Todo es allá lujo y calma / orden, deleite y belleza", que es como Antonio Martínez Sarrión ha traducido, saltándose la jerarquía para mantener la armonía, el estribillo que une las tres alas del tríptico de Baudelaire.
Henri Matisse tituló Lujo, calma y voluptuosidad a un cuadro compuesto por una playa en la que siete señoras ligeras de ropa se disponen a merendar a la luz dorada del crepúsculo. Lo coloreó en acordes puntillistas, que es una forma de pintar de la que Matisse se cansó enseguida, tan harto de la disciplina que exigía aquel tipo de pintura seudocientífica como de su agitación. Años más tarde confesó a un amigo que había sustituido los tonos saltarines por otros más tranquilos, que tampoco debían serlo tanto, ya que gracias a ellos fue etiquetado como una auténtica fiera del color. De todas maneras, dejando estilo aparte, aunque el cuadro está un poco deslavazado con el embrollo de los toques de color yuxtapuestos, hay que reconocer que el lujo se debe parecer más a esa suma de calma y deleite (además de orden y belleza) del cuadro, ya sea pintado o evocado, que a las playas que nos han tocado después, al aire libre y en la vida real.
En las fotografías de Carlos Pérez Siquier de las playas andaluzas de los años setenta o las de Martin Parr de otras semejantes unos años más tarde, esta vez en el sur de Inglaterra y Benidorm, lo único que de verdad permanece es la luz, más cruda incluso, más saturada aún que la que pintó Matisse después de sus vacaciones veraniegas de 1904 en Saint Tropez. En las fotos también hay gente ligera de ropa, pero no es la misma. En cuanto a la calma y la voluptuosidad, seguramente habrá quien las encuentre, alguno más quizás de los que descubran orden y belleza en las fotos. Para el mordaz Pérez Siquier, lo que hay en ellas es otra cosa, sobre todo "una crítica a una sociedad de bienestar que, en su contacto con nuestro sol, en su abandono y despreocupación, dejan al descubierto su flanco más vulnerable. Yo diría que es un reportaje de la antiplaya o del antiturismo de masas, una pequeña vendetta que me he buscado contra estos bárbaros que, con su grosera presencia, están destruyendo nuestro bello paisaje".
Esto en cuanto al turismo grosero, que no se ha mitigado, al contrario, con los años. En cuanto al turismo pretendidamente lujoso de nuestro tiempo, mantiene, como es de rigor en asuntos turísticos, la invitación viajera, pero caracterizada por el gasto, el confort y la opulencia en transporte y alojamiento, que son cosas muy lejanas, por no decir en los antípodas, de la frugalidad epicúrea -es decir, el lujo- de Matisse. Paraíso al alcance de pocos que, menos aún, se aproxima a los lujos imaginarios, a las invitaciones de Baudelaire a excursiones y placeres sin tener que salir de casa.
El turismo comenzó a mediados del siglo XVII, con aquellos viajes de iniciación de los jóvenes nórdicos de clase alta que llevaban el nombre de grand tour. Consistía en recorrer durante meses y a veces durante años el sur de Europa, sobre todo Italia, en busca de experiencias tan sensoriales como culturales. La filosofía de moda era el empirismo y lo que aquellos jóvenes buscaban antes de convertirse en adultos era ocasiones para disfrutar de la libertad, la aventura y las bellas artes, que era lo que contaba al final, dada la escasez de los episodios más entretenidos.
Charles Thompson, uno de aquellos grandes turistas se describía a sí mismo a mediados del siglo XVIII como impaciente de ver Italia, un país tan famoso en su historia pasada como presente, en el que se encontraban las más grandes escuelas musicales y pictóricas, escultóricas y arquitectónicas, amén de las colecciones importantes de antigüedades y los gabinetes de rarezas y curiosidades. Pero en cuanto el ferrocarril acercó todo, se acabó lo raro y, en efecto, el grand tour se abandonó antes de mediar el siglo siguiente y comenzó el turismo de masas, barato, seguro, sencillo y abierto a cualquiera. También rápido, tan efímero como el mismo Baudelaire creía que tiene que ser toda experiencia moderna.
Sin calma ni deleite, el lujo de la playa de Matisse ha debido evaporarse. Y el orden y la belleza resecarse tanto como su experiencia. Pero que no se asuste nadie. Si alguien quiere elegancia y refinamiento, por no hablar de apariencias excesivas, siempre le quedará la moda. O el arte. Este verano, por ejemplo, podría haber visitado en un viaje bien organizado y exclusivo las celebraciones artísticas de Venecia, Basilea, Kassel y Münster en un santiamén. Con la denominación Grand Tour 2007 se vendía en las agencias y aún se encuentra en la red.
----------------------------------------------------------------------Jose Llano
Arquitecto & Coreografo del Deseo
editor aparienciapublica
www.aparienciapublica.org
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