sábado, agosto 18, 2007

[AP] Una apelación a la utopía / Zygmunt Bauman


Una apelación a la utopía

Los espacios de lectura y sus cuerpos se han vuelto transparentes, recuerdo cuando lei a Jean Baudrillard en la transparencia del mal, proclamando las lecturas mas profundas y rotundas sobre el objeto y el sujeto disuelto, diseminado sobre su propio sistema de consumo. CULTURA y SIMULACRO, MIL MESETAS, el mapa se ha vuelto un caleidoscopio, un sistema de andamiajes conceptuales, pero en sometido a un tipo de exterioridad material (un tipo de puesta en escena sin un lugar determinado, sino instalando ideas y discursos sobre la base de la apropiacion y ocupacion esporadica de conceptos), que no se ubica o instala de manera certera sino que se propone residir y establecerse sobre un emplazamiento conceptual relacional, me refiero a un tipo de trabajo a traves de una lectura del otro , o desde el otro mas que un tipo de reconveniencia estetica que la institucion deposita sobre los POST0CITY actuales. La modernidad se ha LICUADO sobre nuestras propias obseciones y ademas aberraciones, a lo mejor el cambio y su velocidad no estara sobe la base de la produccion material del hombre sino sobre el desanclaje de su misma conciencia, es decir, entender y comprender e indagar sobre cuales han sido las causas y las certezas de esta lectura evanecente y su expresion material.


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JUAN JOSÉ TAMAYO

18/08/2007


Zygmunt Bauman continúa su reflexión sobre la cultura y la sociedad. Su diagnóstico es que en la modernidad todo es líquido y evanescente. Afirma que se ha pasado del miedo al cambio al miedo al estancamiento. Se impone la velocidad y la novedad. Como respuesta para cambiar la realidad propone la creación de un espacio público de diálogo permanente en vez de citas fugaces y casuales. En otro libro, Helena Béjar analiza su trayectoria intelectual.

El polaco Zygmunt Bauman (Poznan, 1925), catedrático emérito de Ciencias Sociales en las universidades de Leeds y Varsovia y uno de los pensadores más lúcidos e influyentes de nuestro tiempo, continúa en Vida líquida la reflexión sobre la cultura y la sociedad que iniciara la década pasada con sentido crítico, y en algunos casos iconoclasta, en Modernidad líquida y Amor líquido. Según Bauman, en la modernidad todo es líquido, inconsistente, evanescente. Las condiciones de vida y de acción o las estrategias de respuesta se modifican con tal celeridad que no pueden consolidarse ni traducirse en hábitos y costumbres. Nuestro mundo avanza vertiginosamente pero sin rumbo, cambia compulsivamente pero sin consistencia. No hay tiempo para que las cosas echen raíces. La precariedad es el signo de nuestro tiempo. Siempre hay que estar empezando y terminando. Pareciera que el imperativo categórico fuera ponerse al día. Las cosas se adquieren y se desechan con una celeridad compulsiva. Las capacidades se tornan discapacidades rápidamente. La apelación a la experiencia es signo de decrepitud. Se impone la velocidad versus la duración, la aceleración versus la eternidad, la novedad versus la tradición. Hemos pasado del miedo al cambio al miedo al estancamiento.

Para Bauman la vida líquida

Se caracteriza por ser una cultura de la discontinuidad y del olvido; que no educa en la reflexión con profundidad ni en la actitud de búsqueda, sino en la ojeada fugaz. No hay convicciones firmes, sólo opiniones diletantes que pueden cambiar enseguida en la política y en el debate intelectual. Cada vez hay menos personas dispuestas a dar su vida por algo o por alguien. Se ha pasado de la figura del mártir a la del héroe como camino más rápido para conseguir celebridad.

La democracia ha sufrido un golpe de Estado neoliberal, cuyo objetivo es privatizar la esfera pública y eliminar la utopía social. La utopía de la modernidad, dice Bauman, se ha convertido "en blanco y presa de llaneros, cazadores y tramposos solitarios: uno de los muchos trofeos de la conquista y la anexión de lo público a lo privado" (página 200).

Su lúcido análisis muestra que el individuo cuanto más se empeña en afirmar su individualidad, más asediado se ve por la sociedad. "La individualidad es tarea que la propia sociedad de individuos fija para sus miembros" (página 31). ¿En qué queda, entonces, el viaje de autodescubrimiento? En una mera feria global de comercio al por mayor de recetas de individualidad. Los elementos auténticamente individuales de cada persona se convierten en moneda de uso común, en estándares. Junto al asedio del individuo por la sociedad, Bauman analiza el proceso de fragmentación, de diversidad individual y social. Lo que exige el fortalecimiento de la cohesión social y el desarrollo de un sentido de conciencia y responsabilidad social.

Estudia también el distanciamiento de la política y de lo público que, según Hannah Arendt, se ha convertido en la "actitud básica del individuo moderno, quien, alienado del mundo, sólo puede revelarse verdaderamente en privado y en la intimidad de los encuentros cara a cara" (página 172). Bauman se pregunta por la posibilidad de convertir el espacio público en lugar de participación duradera, de diálogo permanente y de confrontación entre el consenso y el disenso, en vez de ámbito de citas fugaces y casuales o de encuentros comerciales. Esa conversión sólo es posible, responde, creando un espacio público global, que se traduzca en una política planetaria adecuada, un escenario igualmente planetario, un análisis global de los problemas provocados a escala mundial y una responsabilidad planetaria, que exige reformar el tejido de las interdependencias e interacciones globales.

Las reflexiones de Bauman se compartan o no, dan que pensar. Provocan insatisfacción como punto de partida para cambiar la realidad. Invitan a construir relaciones simétricas, cálidas, duraderas, auténticas, profundas, no mediadas crematísticamente. Vida líquida no desemboca en desencanto y apatía. Termina con una llamada a la esperanza entendida como encuentro entre la imaginación y el sentido moral. La esperanza se resiste, y con razón, a reconocer la jurisdicción "de lo que es" y a someterse al dictamen de la realidad. Es la realidad, más bien, la que tiene que explicar por qué no siguió el criterio marcado por la esperanza. Y hace una apelación a la utopía, a partir de la consideración de Bloch sobre el ser humano como criatura esperanzada y de la idea de Lévinas sobre la ética como filosofía primera. El mundo exterior tiene que demostrar su inocencia ante el tribunal de la ética, no viceversa. Y por el momento no le va a ser posible demostrarla.

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Retrato intelectual del ensayista líquido

El protagonista de este esbozo de biografía intelectual, Zygmunt Bauman, alcanzó celebridad con el libro Modernidad y Holocausto (1989). Su autor era un ex marxista polaco huido del estalinismo, que se había refugiado en la universidad británica, publicando obras inspiradas en la teoría crítica de la Escuela de Frankfurt que pasaron sin pena ni gloria. Pero el súbito éxito alcanzado por su libro sobre el Holocausto fue aprovechado para presentarlo como otro Norbert Elias (una celebridad de la sociología histórica, cuya biografía de judío refugiado en Inglaterra con éxito tardío podía presentarse como un modelo de vida paralela a la de Bauman), a fin de lanzarlo comercialmente como un autor de best sellers filosóficos.

Y, en efecto, desde entonces, Bauman se ha especializado en un género literario con buena acogida, como es la crítica de la posmodernidad y de la globalización. De ahí que el suyo pueda caracterizarse también de pensamiento débil (como definió Giovanni Vattimo al ensayismo posmoderno), aunque aún sería mejor llamarlo ensayismo líquido, puestos a reciclar la etiqueta semántica con que bautiza sus últimos best sellers. Y es que desde Modernidad líquida, enésimo retrato en negro de los efectos disolventes de la globalización, casi todos sus lanzamientos llevan en su título el mismo sello identificador: Amor líquido, Vida liquida, Miedos líquidos

... Algo tan caricaturesco que roza la autoparodia, por lo que cabría pensar en un irónico rizar el rizo para reírse de sí mismo, lo que quizá nos permitiría calificar al autor de disoluto (al modo de los libertinos dieciochescos), a fuerza de querer resultar disolvente en cuanto liquidador de la modernidad.

Porque, en efecto, toda la obra de Bauman (tanto su obra seria, culminada con Modernidad y Holocausto, como su obra trivial, a partir de Modernidad líquida) puede ser entendida como una teodicea negativa de la Modernidad: ese gigantesco proceso de ingeniería social que estaría disolviendo la responsabilidad moral. Todo muy crítico, iconoclasta, catastrofista y apocalíptico (pero también muy rentable y comercial, por hablar de liquidez contable) pero desde luego nada original, pues lo mismo sostuvieron Marx ya hace 150 años (con su jaculatoria del Manifiesto comunista que inspira la liquidez de Bauman: "Todo lo sólido se disuelve en el aire") o Weber hace 100 años (con su profecía de la tecnocrática jaula de hierro que encerraría a la humanidad en un callejón sin salida). La diferencia es que donde Marx hablaba de capitalismo, Bauman escribe modernidad: una jaula no de hierro represor, como en Weber, sino ahora de complaciente liquidez. Así se escamotea tanto la estructura de clases (la propiedad) como la dominación política (el poder), reduciendo la cuestión a mera crítica de la cultura. Esta trayectoria intelectual del Bauman crítico cultural de la modernidad es la que reconstruye la socióloga Helena Béjar sin demasiadas complacencias, pero sin cebarse en sus evidentes debilidades, que no recrimina tanto como debiera. Y siendo una de nuestras más importantes intelectuales, con larga obra publicada dentro del republicanismo filosófico, cabría preguntarse: de entre toda la galería de autores vivos que la inspiran (como Robert Bellah o Richard Sennett), ¿por qué se ha interesado en Bauman? Sostiene que por afinidad electiva, pero podría sospecharse que se ha dejado deslumbrar por su fama mediática. En cualquier caso, es lo bastante honrada como para reconocer que la obra más reciente no merece el mismo aprecio intelectual que la del primer Bauman todavía desconocido, cuando aún no pensaba por cuenta de su cifra de ventas. De ahí que se centre en rastrear dos temas baumanianos que no gozan del favor popular: la ambigüedad y la responsabilidad moral, supuestamente destruidas por la modernización. Para criticar sin piedad el discutible concepto de ambigüedad que usa Bauman, Béjar recurre a Mary Douglas, en páginas que constituyen lo más interesante del libro. Y para respaldar la reivindicación de la responsabilidad moral que Bauman lleva a cabo, Béjar se centra en Emmanuel Lévinas. Todo ello de acuerdo con el tono moralista (más que moralizador) de la obra de Bauman, que en el libro de Béjar es presentada bajo el macguffin o leitmotiv del "bricolaje biográfico", inspirado en el "hágalo usted mismo": la construcción a base de "estilos de vida" impersonales e intercambiables de una identidad individual huérfana tanto de apoyo social como de dirección institucional.

ENRIQUE GIL CALVO / el diario EL PAIS
18/08/2007

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Jose Llano
Arquitecto & Coreografo del Deseo
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1 comentario:

Anónimo dijo...

Este critico se tirò toda la obra de Bauman. Tan facil que es criticar y no hacer nada. A ver, que es lo que usted ha escrito!?