Trazando el territorio
La arquitectura emergente de Vicente Guallart (II)
En 2005 terminó un pequeño edificio de apartamentos en la localidad costera de Cambrils. Aquí volcó los resultados de sus investigaciones sobre lofts de estructura multiunitaria y diseñó apartamentos con paredes flexibles con la finalidad de que sus habitantes pudieran redistribuir sus espacios con la máxima libertad. El edificio se disuelve en una serie de planos horizontales que sirven de sujeción para paneles de cristal de vivos colores en los que reverberan el sol y la mar. Aquí el edificio se apunta los colores brillantes propios de un resorte turístico, que colorean no sólo su fachada, sino también su mutable e inestable interior. En el nuevo paisaje de la vida en la costa surgió una sencilla pero novedosa arquitectura que apostaba por nuevas estructuras.
Mientras construía estas viviendas, Guallart continuaba con sus investigaciones sobre la naturaleza. En una serie de exposiciones y escritos, manifestó su interés por derribar las distinciones entre la obra de la naturaleza y la obra humana. Su inspiración en este estudio fue el arquitecto y teórico francés Viollet-le-Duc, conocido por abogar por la restauración y resurrección de las iglesias góticas en Francia. Viollet-le-Duc estudió el pico Mont Blanc en los Alpes: el francés prestó especial a atención a los principios geométricos que permitían a la montaña, la más elevada de este macizo, alcanzar tal altura. A través de su análisis, Viollet-le-Duc estudió la inclinación de ésta para localizar las zonas donde se producirían los ríos de barro y las avalanchas debido a su pronunciada pendiente. Además, buscó fórmulas para aplicar algunas de las conclusiones derivadas de ese estudio a sus diseños. Sin embargo, Guallart volcó su atención en otro aspecto: le interesaba dejar a un lado el esplendor visual o el terror de un paisaje y encontrar entre ambos extremos ciertos principios abstractos que, en nuestra moderna era tecnológica, pudieran utilizarse para extrapolar otras configuraciones basadas en esos principios, a través de la manipulación del entorno, la construcción de un nuevo paisaje o de un híbrido de ambos. Con la lectura de la obra del matemático educado en Francia Benoît Mandelbrot, Guallart empezó a profundizar en los aspectos matemáticos de nuestro entorno natural y en cómo éstos revelaban estructuras más profundas y complejas en nuestra vida diaria.
En su ensayo más famoso, en La geometría fractal de la naturaleza (1997), Mandelbrot analiza el litoral inglés y, al igual que hicieran los Eames, señala que cuanto más se acerca, más contornos aprecia. Esos contornos se reproducían en todas las escalas y su configuración se resistía a definiciones absolutas sobre la forma exacta del entorno. Mandelbrot encontró un principio matemático latente en el corazón de este fenómeno concreto, el fractal. La relación fractal determinaba la geometría, inherente en formas que uno podría considerar toscas e inacabadas, que se repetía en cada escala. La fórmula matemática que desarrolló Mandelbrot ha resultado ser extremadamente útil en el diseño y la animación por ordenador. El fractal a Guallart le permitió plantear una versión arquitectónica de las configuraciones naturales.
A pesar de que examinó estas posibilidades teóricas en una serie de exposiciones, diseños y escritos, la mejor expresión de su interés en el tema es la Montaña de Dénia. Guallart comenzó a trabajar en ese proyecto en 2003, que todavía no ha empezado a construir. La localidad costera de Dénia vive del turismo, como la mayoría de los enclaves del litoral español. Con el fin de promocionar la industria turística, el alcalde le pidió a Guallart que rehabilitase una pequeña acrópolis que coronaba la fortaleza de Dénia. La ladera, que había sido utilizada como cantera, y era inestable, representaba en la imagen de Dénia una herida profunda más que un promontorio. Sirviéndose de sus conocimientos de imagen y análisis informático, Guallart trazó un mapa de la geología de la zona, aislando para su estudio los niveles, pliegues y puntos más básicos. Y empezó a manipular estas geometrías, extendiéndolas sobre el espacio dañado, del mismo modo que el cirujano estira la piel para mejorar el aspecto de una herida.
El diseño final era una versión cristalina de la montaña de Dénia. Reconstruida a base de piedras engarzadas en una estructura de acero, el proyecto imitaba la ladera original, pero también extendía y abría. Dentro de esta nueva estructura, Guallart propuso una combinación de actividades públicas y privadas: desde un auditorio que reproducía el contorno de las colinas, con el patio de butacas extendiéndose a lo largo de toda la falda de la montaña y la torre escénica elevándose sobre la ladera, hasta un hotel con spa cuyas aguas formarían cascadas en la ladera o un foro público, o lugar de reunión, cuya vertiginosa altura obligaría a los visitantes a desviar su mirada hacia el monumento del ancla de Dénia. Las funcionalidad se organizaba en capas que Guallart tejía, como si de un telar público se tratara, para mezclar todos esos aspectos que harían que mereciera la pena vivir y visitar esa comunidad. La complejidad espacial es increíble, pero es aún más excepcional la enorme escala que Guallart, al extrapolar y abstraer las formas básicas, evidenció y transformó en un escenario de experimentación.
Recientemente, Guallart ha dado un paso más en esta línea de trabajo con el pabellón central del proyecto de Exposición Universal de la candidatura de la ciudad polaca de Wroclaw. Se trata de una montaña completamente artificial, una especie de contrapunto a la Magic Mountain de Disneylandia, y colmada de una vertiginosa sucesión de actividades públicas. Aquí los planos se han uniformado en una cuadrícula hexagonal y la montaña es como un retal gigantesco que cubre los espacios públicos, dotándoles de coherencia y afianzando su singularidad.
La Montaña de Dénia se ha convertido en el proyecto por excelencia de Guallart, aunque el arquitecto también ha desarrollado proyectos muy interesantes en las costas de España y de Taiwán. En 2003 ganó un concurso para la construcción de un mercado y un puerto en la pequeña localidad de Fugee, al noreste de Taiwán. De nuevo, su proyecto ganador (yo fui miembro del comité de selección) abstraía la geometría de la costa en una serie de burbujas y círculos que se entrelazaban. Estas fueron las formas que Guallart presentó para reorganizar las superficies horizontales, y para que las aceras, el paseo marítimo, el mercado y el océano estuvieran mejor integrados. Guallart creó un espacio ligero y orgánico: recurrió a la lógica de las pompas de jabón y nos mostró cómo compactar la mayor cantidad de espacio en un área de estructura mínima. Luego cubrió parte del espacio con una serie de baldaquinos, también entrelazados, para resguardar, entre otras cosas, el mercado. El nuevo puerto de Guallart es una sucesión de pagodas extremadamente abstractas cuya verticalidad reclama la atención del resto de la ciudad.
En 2004, en un proyecto de mayor envergadura, en Keelung (también en Taiwán), Guallart empleó los datos de trafico y los modelos de uso para conformar una geografía que se tradujo en una serie de bandas paralelas. Estas bandas, onduladas y de gran longitud, que podían hacer las veces de paseo marítimo, baldaquino o incluso puente, se convirtieron en los elementos que, a un nivel invisible, servirían de refuerzo para fibras y otras formas orgánicas. Para el arquitecto la ciudad era un organismo y, por eso, la estudió desde el punto de vista de un científico. En ella, encontró una serie invisible pero fundamental de relaciones formales latente en sus elementos, y luego abstrajo, deformó y modificó la escala de estos elementos para crear una arquitectura que, tanto literal como figuradamente, conecta sus múltiples elementos. La ciencia y, en parte, también la ficción permitieron a este arquitecto brindar una mayor coherencia a un puerto caótico e infrautilizado.
Ese mismo año planteó una sensata reorganización –que incluía la incorporación de nuevos elementos– del paseo marítimo del municipio castellonense de Vinaròs. Un paseo marítimo, un carril bici, hileras de árboles y espacios de reunión permitían hacer la playa utilizable y accesible. De nuevo, la extrapolación de grandes y de pequeñas escalas fue la guía de su diseño. Para Guallart, el proyecto formaba parte de un corpus de investigación mucho más amplio sobre la costa española, que había desarrollado junto con sus colaboradores del IAAC. Contra el urbanismo casi descontrolado y de venta al por mayor de este fractal de España, Guallart propuso una forma de entender la costa como una única línea que se despliega en una multitud de paisajes y experiencias.
En el caso concreto de Vinaròs, Guallart se concentró en un análisis de la apariencia lineal de la costa y de las geometrías de la roca local. Utilizó las rocas para formar una serie de podios hexagonales entrelazados que integran el núcleo del espacio público del proyecto. También planteó la creación de lo que denomina “rocas artificiales”, que son versiones abstractas y deformes de la geología natural que le sirven de mobiliario e incluso de elementos estructurales. Guallart se está convirtiendo en todo un especialista en urbanismo costero: trabaja simultáneamente en varios proyectos, y siempre saca provecho de esas zonas olvidadas, situadas entre las áreas muy urbanizadas y la mar, que transforma en espacios públicos de gran variedad, complejidad y coherencia. Las formas que entrelazan su geometría y las bandas onduladas y de gran longitud, elementos característicos de la obra de Guallart, están elevando estos proyectos a la categoría de prototipos de explotación y transformación del litoral.
El interés por la naturaleza artificial y la reivindicación de un urbanismo distinto para la costa española desembocó en el diseño del plan rector de “Sociópolis”, que es, hasta la fecha, el proyecto más ambicioso de Guallart. En estos momentos, se van a construir 3.000 viviendas en una superficie total de 350.000 metros cuadrados a las afueras de Valencia. Sociópolis nació en la Bienal de Valencia de 2003 –impulsada por el Ayuntamiento de la ciudad– y pretende demostrar cómo una mezcla de urbanismo, el público y el privado, puede ser una alternativa a la reproducción de los modelos de ciudades o pueblos tradicionales (en cualquier caso, imposible de reproducir porque incluso ellos han evolucionado con el tiempo para dar respuesta a unas condiciones siempre cambiantes) y a la alienación de la mayoría de las nuevas –y monótonas– áreas residenciales.
La solución de Guallart consiste en un proyecto que captura y representa los circuitos necesarios en todo vecindario, desde los destinados a la movilidad de coches, los peatones y las bicicletas hasta los previstos para el agua. Aquí no encontramos el paralelismo frecuente en los proyectos costeros: estos tramos rodean los espacios verdes y las viviendas. Sobre ellos se superpone una cuadrícula que se inspira en los modelos agrícolas de los musulmanes y de los romanos. En este mapa agrícola destaca la presencia de canales de irrigación y pequeñas parcelas de tierra, y todo, desde los árboles y las plantas hasta las estructuras humanas, gira en torno al agua para así asegurarse un correcto abastecimiento. Además, Guallart planteó la recuperación y conservación de las alquerías locales y, como ya es habitual, analizó los modelos de uso y las condiciones geológicas e hidrológicas de la zona y las sometió al proceso de abstracción y deformación.
Sin embargo, en este caso no se ha inspirado tanto en los modelos geomórficos y biológicos, y para este proyecto ha creado un collage de viejos y de nuevos elementos que darán la impresión de que Sociópolis ha madurado para estar a la altura de las premisas locales –muchas de ellas siguen estando presentes en el lugar–. Para garantizar la presencia del pasado, el arquitecto ha mezclado espacios públicos y elementos existentes por todas partes, para así romper con el concepto de uso único, tan frecuente en las nuevas construcciones. Nuevos jardines y espacios de recreo comunitarios convivirán con huertos ya existentes y darán a los habitantes la sensación de que están en un lugar especial con su propia vegetación, suelo y tradición.
Guallart no quiso diseñar la totalidad de Sociópolis y, por eso, lo dividió en parcelas que encargó a algunos de los arquitectos más inventivos y experimentales de nuestros días. Todos ellos se han tomado la encomienda como una oportunidad para experimentar con las formas: han partido de los elementos que habitualmente conforman las viviendas para apilarlos, cortarlos, estirarlos o simplemente mezclar sus geometrías para crear una prolongación tridimensional del collage de Guallart. Aunque la escala y la coherencia estilística de estos bloques de viviendas garantizarán que Sociópolis tenga la identidad de una nueva zona construida a principios del siglo XXI, la variedad que Guallart ha logrado gracias a la manipulación de unos pocos elementos del lugar y la elección de los arquitectos enriquecerá la zona más de lo que hubiera cabido esperar.
El arquitecto valenciano se ha reservado la Sharing Tower (Torre compartida), que es el epicentro de todo este último proyecto. El diseño de esta torre de 21.000 metros cuadrados también ha llevado a Guallart a transitar por nuevos caminos. Aquí no le preocupaba tanto el análisis de las condiciones físicas, porque se dio cuenta de que el lugar y sus habitantes estarían, por su propia naturaleza, desconectados los unos de los otros. El reto, pensó, estaría en crear una comunidad artificial en esa naturaleza artificial. En primer lugar, investigó qué normas establece la legislación española, en base a restricciones económicas y convenciones sociales, a la hora de construir viviendas. Grabó vídeos de residentes en apartamentos y desmontó una a una las partes que configuran un apartamento estándar. Luego exploró diversas técnicas para compactarlas utilizando las formas geométricas más eficaces, como el círculo, por su cualidad de contenedor. Y, finalmente, Guallart propuso una innovación tanto social como formal: convenció al cliente de que le permitiera introducir fórmulas de viviendas compartidas, incluyendo una especie de colegios mayores para estudiantes y artistas en la planta baja de edificio, en el caso de éstos últimos, talleres amplios y compartidos. En las zonas de apartamentos más convencionales, quiso abrir un amplio espacio público y, para ello, reunió todos los metros cuadrados que pudo, esos que normalmente están reservados para la circulación de los residentes. Guallart ya tenía unos amplios pasillos, ahora sólo faltaba equiparlos con los aparatos suficientes (como, por ejemplo, lavadoras y secadoras) para que se utilizaran como verdaderas zonas comunales.
En la Sharing Tower Guallart vuelca las conclusiones de la mayoría de sus investigaciones y las traslada a otro campo del diseño y, además, las combina con su interés por los espacios compartidos y la creación de lugares sociales generados y activados por las nuevas tecnologías, presente en los proyectos realizados con Media Lab. Esta torre también pone de manifiesto que el arquitecto conjuga sus múltiples análisis sobre el entorno humano con su habilidad para diseñar un proyecto contenedor de todos los resultados de esos análisis. En otras palabras, Guallart es capaz de transformar el espacio abstracto del análisis científico y la deformación informática en lugares que se convierten en una suerte de entorno que flota, como un palimpsesto, sobre los espacios ya existentes. Y lo hace con la aplicación de formas sólidas y evocadoras que surgen de una narrativa que se muestra crítica con las circunstancias que la rodean.
El palimpsesto encaja a la perfección con lo que hace Guallart. Su obra se basa en el análisis y la transformación del entorno. Ha aprendido a sumergirse en la superficie del paisaje: Guallart siempre se documenta sobre la ciudad, la geología, las relaciones sociales a distancia y, para ello, utiliza todas las herramientas –los mapas, las perspectivas, las tablas– que tiene a su disposición. Se reduce a sí mismo a la escala de las capas y explora un espacio fractal de escala y posibilidades infinitas, y luego convierte el territorio que acaba de explorar en un nuevo paisaje que él, apartándose del entorno del lugar, puede manipular como si fuera una estructura autónoma. Esta nueva configuración formal es una especie de segunda piel que recubre tanto un baldaquino como un paseo marítimo o una propuesta arquitectónica. Su geometría está a medio camino entre el paisaje del que se nutre y el mundo completamente abstracto de los datos, y la reconocemos como una versión de su punto de partida, porque Guallart traduce sus elementos básicos en formas, materiales e incluso colores que nos recuerdan al entorno de la zona. En una última fase, el arquitecto separa esa segunda piel de la superficie para darle una forma tridimensional. Con esa acción, la superficie gana una realidad y una forma propias, y en su aspecto final la reconocemos como nueva, mas también encontramos en ella una especie de asidero. En algunos casos, como en los proyectos más recientes, la arquitectura resultante es de tal envergadura y abstracción que nos cuesta comprender su relación con el entorno, no obstante, a pesar de todo, la voluntad Guallart de reestructurar el paisaje existente sigue siendo el principio básico de todos sus diseños.
El resultado final replantea, reorganiza y reconstituye lo que ya existe. Nos devuelve el entorno en que vivimos, y que no siempre vemos o experimentamos, de una forma que podamos disfrutarlo. No fabrica una naturaleza nueva o artificial, sino una arquitectura que convierte el espacio en el lugar más adecuado para la vida humana. Es una arquitectura que delinea, que repite, pero también una arquitectura que se libera a sí misma de las circunstancias que la rodean.
Esta exposición resume y muestra el método de trabajo Vicente Guallart. Las imágenes son efímeras, historias que Vicente Guallart nos cuenta sobre arquitecturas futuribles. Son los modelos de la arquitectura que plantea, modelos que, a su manera, recuerdan los muros que antaño circundaban la ciudad de Valencia. La nueva arquitectura, esa que espera que seamos sus residentes, esa que alberga los estilos del presente y albergará los del futuro, nace de las ruinas de la arquitectura del pasado que siempre merecerán nuestra atención.
Mientras construía estas viviendas, Guallart continuaba con sus investigaciones sobre la naturaleza. En una serie de exposiciones y escritos, manifestó su interés por derribar las distinciones entre la obra de la naturaleza y la obra humana. Su inspiración en este estudio fue el arquitecto y teórico francés Viollet-le-Duc, conocido por abogar por la restauración y resurrección de las iglesias góticas en Francia. Viollet-le-Duc estudió el pico Mont Blanc en los Alpes: el francés prestó especial a atención a los principios geométricos que permitían a la montaña, la más elevada de este macizo, alcanzar tal altura. A través de su análisis, Viollet-le-Duc estudió la inclinación de ésta para localizar las zonas donde se producirían los ríos de barro y las avalanchas debido a su pronunciada pendiente. Además, buscó fórmulas para aplicar algunas de las conclusiones derivadas de ese estudio a sus diseños. Sin embargo, Guallart volcó su atención en otro aspecto: le interesaba dejar a un lado el esplendor visual o el terror de un paisaje y encontrar entre ambos extremos ciertos principios abstractos que, en nuestra moderna era tecnológica, pudieran utilizarse para extrapolar otras configuraciones basadas en esos principios, a través de la manipulación del entorno, la construcción de un nuevo paisaje o de un híbrido de ambos. Con la lectura de la obra del matemático educado en Francia Benoît Mandelbrot, Guallart empezó a profundizar en los aspectos matemáticos de nuestro entorno natural y en cómo éstos revelaban estructuras más profundas y complejas en nuestra vida diaria.
En su ensayo más famoso, en La geometría fractal de la naturaleza (1997), Mandelbrot analiza el litoral inglés y, al igual que hicieran los Eames, señala que cuanto más se acerca, más contornos aprecia. Esos contornos se reproducían en todas las escalas y su configuración se resistía a definiciones absolutas sobre la forma exacta del entorno. Mandelbrot encontró un principio matemático latente en el corazón de este fenómeno concreto, el fractal. La relación fractal determinaba la geometría, inherente en formas que uno podría considerar toscas e inacabadas, que se repetía en cada escala. La fórmula matemática que desarrolló Mandelbrot ha resultado ser extremadamente útil en el diseño y la animación por ordenador. El fractal a Guallart le permitió plantear una versión arquitectónica de las configuraciones naturales.
A pesar de que examinó estas posibilidades teóricas en una serie de exposiciones, diseños y escritos, la mejor expresión de su interés en el tema es la Montaña de Dénia. Guallart comenzó a trabajar en ese proyecto en 2003, que todavía no ha empezado a construir. La localidad costera de Dénia vive del turismo, como la mayoría de los enclaves del litoral español. Con el fin de promocionar la industria turística, el alcalde le pidió a Guallart que rehabilitase una pequeña acrópolis que coronaba la fortaleza de Dénia. La ladera, que había sido utilizada como cantera, y era inestable, representaba en la imagen de Dénia una herida profunda más que un promontorio. Sirviéndose de sus conocimientos de imagen y análisis informático, Guallart trazó un mapa de la geología de la zona, aislando para su estudio los niveles, pliegues y puntos más básicos. Y empezó a manipular estas geometrías, extendiéndolas sobre el espacio dañado, del mismo modo que el cirujano estira la piel para mejorar el aspecto de una herida.
El diseño final era una versión cristalina de la montaña de Dénia. Reconstruida a base de piedras engarzadas en una estructura de acero, el proyecto imitaba la ladera original, pero también extendía y abría. Dentro de esta nueva estructura, Guallart propuso una combinación de actividades públicas y privadas: desde un auditorio que reproducía el contorno de las colinas, con el patio de butacas extendiéndose a lo largo de toda la falda de la montaña y la torre escénica elevándose sobre la ladera, hasta un hotel con spa cuyas aguas formarían cascadas en la ladera o un foro público, o lugar de reunión, cuya vertiginosa altura obligaría a los visitantes a desviar su mirada hacia el monumento del ancla de Dénia. Las funcionalidad se organizaba en capas que Guallart tejía, como si de un telar público se tratara, para mezclar todos esos aspectos que harían que mereciera la pena vivir y visitar esa comunidad. La complejidad espacial es increíble, pero es aún más excepcional la enorme escala que Guallart, al extrapolar y abstraer las formas básicas, evidenció y transformó en un escenario de experimentación.
Recientemente, Guallart ha dado un paso más en esta línea de trabajo con el pabellón central del proyecto de Exposición Universal de la candidatura de la ciudad polaca de Wroclaw. Se trata de una montaña completamente artificial, una especie de contrapunto a la Magic Mountain de Disneylandia, y colmada de una vertiginosa sucesión de actividades públicas. Aquí los planos se han uniformado en una cuadrícula hexagonal y la montaña es como un retal gigantesco que cubre los espacios públicos, dotándoles de coherencia y afianzando su singularidad.
La Montaña de Dénia se ha convertido en el proyecto por excelencia de Guallart, aunque el arquitecto también ha desarrollado proyectos muy interesantes en las costas de España y de Taiwán. En 2003 ganó un concurso para la construcción de un mercado y un puerto en la pequeña localidad de Fugee, al noreste de Taiwán. De nuevo, su proyecto ganador (yo fui miembro del comité de selección) abstraía la geometría de la costa en una serie de burbujas y círculos que se entrelazaban. Estas fueron las formas que Guallart presentó para reorganizar las superficies horizontales, y para que las aceras, el paseo marítimo, el mercado y el océano estuvieran mejor integrados. Guallart creó un espacio ligero y orgánico: recurrió a la lógica de las pompas de jabón y nos mostró cómo compactar la mayor cantidad de espacio en un área de estructura mínima. Luego cubrió parte del espacio con una serie de baldaquinos, también entrelazados, para resguardar, entre otras cosas, el mercado. El nuevo puerto de Guallart es una sucesión de pagodas extremadamente abstractas cuya verticalidad reclama la atención del resto de la ciudad.
En 2004, en un proyecto de mayor envergadura, en Keelung (también en Taiwán), Guallart empleó los datos de trafico y los modelos de uso para conformar una geografía que se tradujo en una serie de bandas paralelas. Estas bandas, onduladas y de gran longitud, que podían hacer las veces de paseo marítimo, baldaquino o incluso puente, se convirtieron en los elementos que, a un nivel invisible, servirían de refuerzo para fibras y otras formas orgánicas. Para el arquitecto la ciudad era un organismo y, por eso, la estudió desde el punto de vista de un científico. En ella, encontró una serie invisible pero fundamental de relaciones formales latente en sus elementos, y luego abstrajo, deformó y modificó la escala de estos elementos para crear una arquitectura que, tanto literal como figuradamente, conecta sus múltiples elementos. La ciencia y, en parte, también la ficción permitieron a este arquitecto brindar una mayor coherencia a un puerto caótico e infrautilizado.
Ese mismo año planteó una sensata reorganización –que incluía la incorporación de nuevos elementos– del paseo marítimo del municipio castellonense de Vinaròs. Un paseo marítimo, un carril bici, hileras de árboles y espacios de reunión permitían hacer la playa utilizable y accesible. De nuevo, la extrapolación de grandes y de pequeñas escalas fue la guía de su diseño. Para Guallart, el proyecto formaba parte de un corpus de investigación mucho más amplio sobre la costa española, que había desarrollado junto con sus colaboradores del IAAC. Contra el urbanismo casi descontrolado y de venta al por mayor de este fractal de España, Guallart propuso una forma de entender la costa como una única línea que se despliega en una multitud de paisajes y experiencias.
En el caso concreto de Vinaròs, Guallart se concentró en un análisis de la apariencia lineal de la costa y de las geometrías de la roca local. Utilizó las rocas para formar una serie de podios hexagonales entrelazados que integran el núcleo del espacio público del proyecto. También planteó la creación de lo que denomina “rocas artificiales”, que son versiones abstractas y deformes de la geología natural que le sirven de mobiliario e incluso de elementos estructurales. Guallart se está convirtiendo en todo un especialista en urbanismo costero: trabaja simultáneamente en varios proyectos, y siempre saca provecho de esas zonas olvidadas, situadas entre las áreas muy urbanizadas y la mar, que transforma en espacios públicos de gran variedad, complejidad y coherencia. Las formas que entrelazan su geometría y las bandas onduladas y de gran longitud, elementos característicos de la obra de Guallart, están elevando estos proyectos a la categoría de prototipos de explotación y transformación del litoral.
El interés por la naturaleza artificial y la reivindicación de un urbanismo distinto para la costa española desembocó en el diseño del plan rector de “Sociópolis”, que es, hasta la fecha, el proyecto más ambicioso de Guallart. En estos momentos, se van a construir 3.000 viviendas en una superficie total de 350.000 metros cuadrados a las afueras de Valencia. Sociópolis nació en la Bienal de Valencia de 2003 –impulsada por el Ayuntamiento de la ciudad– y pretende demostrar cómo una mezcla de urbanismo, el público y el privado, puede ser una alternativa a la reproducción de los modelos de ciudades o pueblos tradicionales (en cualquier caso, imposible de reproducir porque incluso ellos han evolucionado con el tiempo para dar respuesta a unas condiciones siempre cambiantes) y a la alienación de la mayoría de las nuevas –y monótonas– áreas residenciales.
La solución de Guallart consiste en un proyecto que captura y representa los circuitos necesarios en todo vecindario, desde los destinados a la movilidad de coches, los peatones y las bicicletas hasta los previstos para el agua. Aquí no encontramos el paralelismo frecuente en los proyectos costeros: estos tramos rodean los espacios verdes y las viviendas. Sobre ellos se superpone una cuadrícula que se inspira en los modelos agrícolas de los musulmanes y de los romanos. En este mapa agrícola destaca la presencia de canales de irrigación y pequeñas parcelas de tierra, y todo, desde los árboles y las plantas hasta las estructuras humanas, gira en torno al agua para así asegurarse un correcto abastecimiento. Además, Guallart planteó la recuperación y conservación de las alquerías locales y, como ya es habitual, analizó los modelos de uso y las condiciones geológicas e hidrológicas de la zona y las sometió al proceso de abstracción y deformación.
Sin embargo, en este caso no se ha inspirado tanto en los modelos geomórficos y biológicos, y para este proyecto ha creado un collage de viejos y de nuevos elementos que darán la impresión de que Sociópolis ha madurado para estar a la altura de las premisas locales –muchas de ellas siguen estando presentes en el lugar–. Para garantizar la presencia del pasado, el arquitecto ha mezclado espacios públicos y elementos existentes por todas partes, para así romper con el concepto de uso único, tan frecuente en las nuevas construcciones. Nuevos jardines y espacios de recreo comunitarios convivirán con huertos ya existentes y darán a los habitantes la sensación de que están en un lugar especial con su propia vegetación, suelo y tradición.
Guallart no quiso diseñar la totalidad de Sociópolis y, por eso, lo dividió en parcelas que encargó a algunos de los arquitectos más inventivos y experimentales de nuestros días. Todos ellos se han tomado la encomienda como una oportunidad para experimentar con las formas: han partido de los elementos que habitualmente conforman las viviendas para apilarlos, cortarlos, estirarlos o simplemente mezclar sus geometrías para crear una prolongación tridimensional del collage de Guallart. Aunque la escala y la coherencia estilística de estos bloques de viviendas garantizarán que Sociópolis tenga la identidad de una nueva zona construida a principios del siglo XXI, la variedad que Guallart ha logrado gracias a la manipulación de unos pocos elementos del lugar y la elección de los arquitectos enriquecerá la zona más de lo que hubiera cabido esperar.
El arquitecto valenciano se ha reservado la Sharing Tower (Torre compartida), que es el epicentro de todo este último proyecto. El diseño de esta torre de 21.000 metros cuadrados también ha llevado a Guallart a transitar por nuevos caminos. Aquí no le preocupaba tanto el análisis de las condiciones físicas, porque se dio cuenta de que el lugar y sus habitantes estarían, por su propia naturaleza, desconectados los unos de los otros. El reto, pensó, estaría en crear una comunidad artificial en esa naturaleza artificial. En primer lugar, investigó qué normas establece la legislación española, en base a restricciones económicas y convenciones sociales, a la hora de construir viviendas. Grabó vídeos de residentes en apartamentos y desmontó una a una las partes que configuran un apartamento estándar. Luego exploró diversas técnicas para compactarlas utilizando las formas geométricas más eficaces, como el círculo, por su cualidad de contenedor. Y, finalmente, Guallart propuso una innovación tanto social como formal: convenció al cliente de que le permitiera introducir fórmulas de viviendas compartidas, incluyendo una especie de colegios mayores para estudiantes y artistas en la planta baja de edificio, en el caso de éstos últimos, talleres amplios y compartidos. En las zonas de apartamentos más convencionales, quiso abrir un amplio espacio público y, para ello, reunió todos los metros cuadrados que pudo, esos que normalmente están reservados para la circulación de los residentes. Guallart ya tenía unos amplios pasillos, ahora sólo faltaba equiparlos con los aparatos suficientes (como, por ejemplo, lavadoras y secadoras) para que se utilizaran como verdaderas zonas comunales.
En la Sharing Tower Guallart vuelca las conclusiones de la mayoría de sus investigaciones y las traslada a otro campo del diseño y, además, las combina con su interés por los espacios compartidos y la creación de lugares sociales generados y activados por las nuevas tecnologías, presente en los proyectos realizados con Media Lab. Esta torre también pone de manifiesto que el arquitecto conjuga sus múltiples análisis sobre el entorno humano con su habilidad para diseñar un proyecto contenedor de todos los resultados de esos análisis. En otras palabras, Guallart es capaz de transformar el espacio abstracto del análisis científico y la deformación informática en lugares que se convierten en una suerte de entorno que flota, como un palimpsesto, sobre los espacios ya existentes. Y lo hace con la aplicación de formas sólidas y evocadoras que surgen de una narrativa que se muestra crítica con las circunstancias que la rodean.
El palimpsesto encaja a la perfección con lo que hace Guallart. Su obra se basa en el análisis y la transformación del entorno. Ha aprendido a sumergirse en la superficie del paisaje: Guallart siempre se documenta sobre la ciudad, la geología, las relaciones sociales a distancia y, para ello, utiliza todas las herramientas –los mapas, las perspectivas, las tablas– que tiene a su disposición. Se reduce a sí mismo a la escala de las capas y explora un espacio fractal de escala y posibilidades infinitas, y luego convierte el territorio que acaba de explorar en un nuevo paisaje que él, apartándose del entorno del lugar, puede manipular como si fuera una estructura autónoma. Esta nueva configuración formal es una especie de segunda piel que recubre tanto un baldaquino como un paseo marítimo o una propuesta arquitectónica. Su geometría está a medio camino entre el paisaje del que se nutre y el mundo completamente abstracto de los datos, y la reconocemos como una versión de su punto de partida, porque Guallart traduce sus elementos básicos en formas, materiales e incluso colores que nos recuerdan al entorno de la zona. En una última fase, el arquitecto separa esa segunda piel de la superficie para darle una forma tridimensional. Con esa acción, la superficie gana una realidad y una forma propias, y en su aspecto final la reconocemos como nueva, mas también encontramos en ella una especie de asidero. En algunos casos, como en los proyectos más recientes, la arquitectura resultante es de tal envergadura y abstracción que nos cuesta comprender su relación con el entorno, no obstante, a pesar de todo, la voluntad Guallart de reestructurar el paisaje existente sigue siendo el principio básico de todos sus diseños.
El resultado final replantea, reorganiza y reconstituye lo que ya existe. Nos devuelve el entorno en que vivimos, y que no siempre vemos o experimentamos, de una forma que podamos disfrutarlo. No fabrica una naturaleza nueva o artificial, sino una arquitectura que convierte el espacio en el lugar más adecuado para la vida humana. Es una arquitectura que delinea, que repite, pero también una arquitectura que se libera a sí misma de las circunstancias que la rodean.
Esta exposición resume y muestra el método de trabajo Vicente Guallart. Las imágenes son efímeras, historias que Vicente Guallart nos cuenta sobre arquitecturas futuribles. Son los modelos de la arquitectura que plantea, modelos que, a su manera, recuerdan los muros que antaño circundaban la ciudad de Valencia. La nueva arquitectura, esa que espera que seamos sus residentes, esa que alberga los estilos del presente y albergará los del futuro, nace de las ruinas de la arquitectura del pasado que siempre merecerán nuestra atención.
ink
VICENT GUALLART
www.guallartblog.com
Jose Llano
Arquitecto, Diseñador de Delitos & Coreografo del Deseo
editor aparienciapublica
www.aparienciapublica.org
http://aparienciapublica
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AMERICA has a rest, where you want to be
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