Comprometerse a mirar
Anna Maria Guasch
leido en salon KRITIK
Bahman Jalali (Teherán, 1944) no es sólo el máximo representante de la fotografía contemporánea iraní, sino que, a juicio de Catherine David, reúne otras virtudes: el profundo conocimiento de las tradiciones artísticas de su país, su implicación y compromiso personal en cada uno de sus trabajos y el ser uno de los primeros artistas en concebir la fotografía como arte y haber impulsado su aceptación por parte del gran público. Quizás, sin embargo, lo que nos ha interesado más del proyecto fotográfico de este economista de profesión y fotógrafo «amateur» es su manera de servirse de la foto como registro de la memoria, tanto la personal, pero sobre todo la colectiva, histórica y cultural.
Como repite a menudo Jalalai, «la Historia se construye a través de las imágenes (fotográficas), y son éstas las que nos modelan». Bajo este punto de vista habría que entender su exposición barcelonesa: un documento visual sobre la Historia de Irán, sus guerras y revoluciones, sus paisajes, sus gentes y sus tradiciones con una particularidad única y excepcional. En cada uno de los casos, las fotografías no son encargos, ni fotos de prensa hechas para publicar en revistas o en agencias, sino instantáneas tomadas por una «mirada» civil y no mediatizada.
Páginas de un libro. Como cuenta Catherine David en el catálogo de la exposición, Jalali, que descubrió las posibilidades de la fotografía en sus viajes a Londres en un momento en que en Irán el panorama fotográfico estaba dominado por el fotoperiodismo (crónicas del Shah y de Farah), iba guardando las fotos que tomaba para su futura publicación en un libro, que además tardaría muchos años en llegar: «Me limitaba -contesta a David en una entrevista- a salir de casa con mi cámara todas las mañanas y volvía a eso de las siete de la tarde, tanto si había conseguido algo como si no».
Como fotografía «documental» hay que entender pues la mayor parte de las series en blanco y negro presentadas en la Fundación Tàpies, con una cronología que abarca desde principios de los años setenta hasta la actualidad: «Bushehr, ciudad portuaria» (1974-2006); «Pescadores» (1974-1980); «Arquitectura del desierto» (1977-1991) y, en especial, las series en formato diapositiva «Días de sangre, días de fuego» (1978-1979) y «Khorramshahr. La ciudad que fue destruida» (1981).
El valor ilustrativo de las mismas y su carácter histórico y testimonial (la revolución iraní, la guerra entre Irán e Irak) se solapan con aspectos documentales de la vida cotidiana y con visiones más paisajísticas e incluso íntimas. El horror que supuso la guerra con Irak queda radiografiado, sin ningún tipo de concesión a lo «bello» o a lo «autocomplaciente», en una las series más «realistas» de las presentadas por Jalali: la que transcurre a lo largo de los años 1980 y 1982 en una ciudad al sur de Irán, Khorramshahr, la mayor urbe destruida, una ciudad devastada y vacía.
Diccionario histórico. Este mismo paseo por la «ruina» arquitectónica preside otra serie, «Bushehr, ciudad portuaria», un «diario» que documenta la paulatina destrucción a lo largo de más de veinte años de lo que era uno de los mayores legados arquitectónicos del Irán milenario.
Especialmente reveladora es la visión de la serie documental sobre la propia revolución iraní, con fotografías realizadas en un período de 64 días en Teherán en las que de nuevo Jalali busca desafiar dos tradiciones: por un lado, la de los fotógrafos iraníes excesivamente ligados a las pautas autóctonas y nada familiarizados con las convenciones occidentales, en concreto, europeas, (Irán, a pesar de recibir la influencia de Occidente nunca fue un país colonizado), y, por otro, la de los fotógrafos occidentales (los viajeros, los extranjeros que proyectan su mirada «occidental» a una serie de clichés «orientales» o «exóticos». ¿Cómo solucionar este dilema entre lo vernacular y lo exótico?: Toda solución pasaría por el énfasis en lo que Jalali denomina «el potencial interior» de una foto que incluye tanto el realismo de la imagen como el «tiempo» de los objetos, de los rituales y de los personajes de la escena y que hace «creíbles» las imágenes dotándoles de una cierta «vida» más allá del documento.
Efecto realidad. Y es en este punto donde cobraría todo su significado una nueva serie que completa la exposición: una selección de fotomontajes en los que, a partir de negativos de fotografías de archivos del Palacio Golestán, el antiguo complejo de edificios reales de la dinastía de los Qajar en Teherán, busca un nuevo «efecto realidad» mediante las nuevas tecnologías y el filtro de la imaginación: «En el espacio entre lo tangible y lo virtual, donde el tiempo surge como un lastre, emerge un mundo en el que ambas realidades, la imaginaria y la real, aparecen estrechamente conectadas».
En definitiva, un nuevo capítulo en este amplio proyecto de C. David de mostrar «otros rostros» en diálogo en las narrativas cosmopolitas y de vincular una modernidad visual con una narrativa nacional.
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Jose Llano
Arquitecto, Diseñador de Delitos & Coreografo del Deseo
editor aparienciapublica
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